miércoles, 30 de septiembre de 2015

-"Adán, ¿dónde estás?" - "Fue la llave de otro la que abrió mi corazón..."

Hagadot sobre el Génesis 3 - Daniel Lifschitz:


Al principio, Dios se abstuvo de hacerles reproches. Quedándose a la puerta del Paraíso, sólo pregunto: "Adán, ¿DÓNDE ESTÁS?"

...

A pesar de que el Señor conocía bien la situación de Adán, comenzó su discurso, a propósito, con una pregunta, para facilitarle a Adán el reconocimiento de su culpa.

"¿Cómo es posible un cambio tan drástico? Hace poco te comportabas según mi voluntad y ahora obedeces a la serpiente; hace poco dominabas el mundo y ahora tienes que esconderte entre los árboles del jardín".

Esto se puede comparar a la historia de un mercader, que tenía que pasar el sábado en una posada y llevaba consigo un cofre en el que conservaba todos sus haberes. No queriendo llevar consigo la llave del cofre (ya que temía profanar el sábado) decidió dejarla dentro, y llamar después de la fiesta a algún artesano para que le abriera la cerradura. El posadero, que era poco honrado y deseaba los tesoros del mercader, descubrió entre sus llaves una que abría la cerradura. Abrió el cofre y robó todo su contenido. Cuando, pasado el sábado, el artesano fue a abrir el cofre, la sorpresa del mercader fue grande al verlo vacío, con su llave dentro. "Puesto que la llave estaba dentro ¿cómo ha sido abierto el cofre?" se preguntó.

Lo mismo preguntaba el Santo, bendito sea, a Adán: "Puesto que, tal como te había creado, no conocías las pasiones, ni el deseo (pasión por el todo) del fruto del árbol de la ciencia que te había prohibido, ¿cómo es que tu corazón se ha abierto al deseo?" Y Adán respondió: "Fue la llave de otro la que abrió mi corazón"...

Dios utilizó la expresión "Dónde estás" para despertar en adán la conversión, dándoles a entender cuán bajo había caído. La palabra "ayeka" (dónde estás) se puede también puntear y leer "aika", que es un grito de dolor. Dios exclamó: "Ay de mí, ¿cómo es que has caído?". Él experimentó un gran dolor por la caída de Adán.


El Señor le preguntó: "¿Por qué, de modo tan impensado, temes mi voz?"
"Señor del Universo, respondió Adán, me he dado cuenta de que tu Shekiná se ha alejado del Paraíso. ¡Me siento desnudo, despojado del único mandamiento que me has dado, y por eso me he escondido!
Añadió el Señor: "¿Acaso tratas de esconderte en un lugar tan secreto que yo no lo descubra?"
El Señor siguió interrogando a Adán, con la esperanza de que confesase su pecado para poder perdonarle. Le preguntó: "¿Acaso has comido del árbol que te prohibí comer?"...

... Adán no confesó su culpa, sino que respondió: "La mujer que me diste como compañera, me dio del árbol y comí"

martes, 22 de septiembre de 2015

San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla

Se dice que el 13 de Octubre de 1884, el Papa León XIII, experimento una visión horrible: después de celebrar la Eucaristía, estaba consultando sobre ciertos temas con sus cardenales en la capilla privada del Vaticano cuando de pronto se detuvo al pie del altar y quedo sumido en una realidad que solo el veía...

Su rostro tenía expresión de horror y de impacto. Se fue palideciendo. Algo muy duro había visto. De repente, se incorporó, levanto su mano como saludando y se fue a su estudio privado. Lo siguieron y le preguntaron: ¿Que le sucede su Santidad? ¿Se siente mal? 

El respondió: "¡Oh, que imágenes tan terribles se me han permitido ver y escuchar!", y se encerró en su oficina.


¿Qué vio León XIII?
"Vi demonios y oí sus crujidos, sus blasfemias, sus burlas. Oí la espeluznante voz de Satanás desafiando a Dios, diciendo que él podía destruir la Iglesia y llevar todo el mundo al infierno si se le daba suficiente tiempo y poder. Satanás pidió permiso a Dios de tener 100 años para poder influenciar al mundo como nunca antes había podido hacerlo."

También León XIII pudo comprender que si el demonio no lograba cumplir su propósito en el tiempo permitido, sufriría una derrota humillante. Vio a San Miguel Arcángel aparecer y lanzar a Satanás con sus legiones en el abismo del infierno.

Después de media hora, llamo al Secretario para la Congregación de Ritos. Le entregó una hoja de papel y le ordenó que la enviara a todos los obispos del mundo indicando que bajo mandato tenía que ser recitada después de cada misa, la oración que ahí el había escrito:


ORACIÓN:

San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla
contra las maldades e insidias del demonio.
Se nuestra ayuda, te rogamos suplicantes.
¡Que el Señor nos lo conceda!
Y tú, príncipe de las milicias celestiales,
con el poder que te viene de Dios
arroja en el infierno a Satanás
y a los otros espíritus malignos
que ambulan por el mundo
para la perdición de las almas. Amén. 

El Papa León XIII, en 1886 introdujo esta invocación del Arcángel San Miguel después de la Misa. No se trata de una nueva oración, sino de una invocación aislada, con carácter de exorcismo.
(Jungmann, Josef, El Sacrificio de la Misa, BAC página 1026)

El Papa San Juan Pablo II, el 24 de abril de 1994 dijo así:

"Quiera Dios que la oración nos fortalezca para la batalla espiritual de la que habla la carta a los Efesios: «Fortaleceos en el Señor y en la fuerza de su poder» (Ef 6, 10). A esa misma batalla se refiere el libro del Apocalipsis, reviviendo ante nuestros ojos la imagen de san Miguel arcángel (cf. Ap 12, 7). Seguramente tenía muy presente esa escena el Papa León XIII cuando, al final del siglo pasado, introdujo en toda la Iglesia una oración especial a san Miguel: «San Miguel arcángel, defiéndenos en la batalla contra los ataques y las asechanzas del maligno; sé nuestro baluarte...» Aunque en la actualidad esa oración ya no se rece al final de la celebración eucarística, os invito a todos a no olvidarla a rezarla para obtener ayuda en la batalla contra las fuerzas de las tinieblas y contra el espíritu de este mundo."

Papa Francisco, 29 de septiembre de 2014Fiesta de los arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael
"Este es un día particularmente apropiado para dirigirse a ellos (arcángeles). Y también para recitar esa oración antigua pero tan hermosa del arcángel Miguel, para que siga luchando y defendiendo el misterio más grande de la humanidad: que el Verbo se hizo hombre, murió y resucitó"

Oración a San Miguel:
(León XIII, 18 de mayo de 1890; Acta Apostolicae Sedis, p. 743)

¡Oh glorioso príncipe de las milicias celestes, san Miguel arcángel, defiéndenos en el combate y en la terrible lucha que debemos sostener contra los principados y las potencias, contra los príncipes de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos!
Ven en auxilio de los hombres que Dios ha creado inmortales, que formó a su imagen y semejanza y que rescató a gran precio de la tiranía del demonio.
Combate en este día, con el ejército de los santos ángeles, los combates del Señor como en otro tiempo combatiste contra Lucifer, el jefe de los orgullosos, y contra los ángeles apóstatas que fueron impotentes de resistirte y para quien no hubo nunca jamás lugar en el cielo.
Si ese monstruo, esa antigua serpiente que se llama demonio y Satán, él que seduce al mundo entero, fue precipitado con sus ángeles al fondo del abismo. Pero he aquí que ese antiguo enemigo, este primer homicida ha levantado ferozmente la cabeza. Disfrazado como ángel de luz y seguido de toda la turba y seguido de espíritu malignos, recorre el mundo entero para apoderarse de él y desterrar el Nombre de Dios y de su Cristo, para hundir, matar y entregar a la perdición eterna a las almas destinadas a la eterna corona de gloria. Sobre hombres de espíritu perverso y de corazón corrupto, este dragón malvado derrama también, como un torrente de fango impuro el veneno de su malicia infernal, es decir el espíritu de mentira, de impiedad, de blasfemia y el soplo envenado de la impudicia, de los vicios y de todas las abominaciones. Enemigos llenos de astucia han colmado de oprobios y amarguras a la Iglesia, esposa del Cordero inmaculado, y sobre sus bienes más sagrados han puesto sus manos criminales. Aun en este lugar sagrado, donde fue establecida la Sede de Pedro y la cátedra de la Verdad que debe iluminar al mundo, han elevado el abominable trono de su impiedad con el designio inicuo de herir al Pastor y dispersar al rebaño.
Te suplicamos, pues, Oh príncipe invencible, contra los ataques de esos espíritus réprobos, auxilia al pueblo de Dios y dale la victoria. Este pueblo te venera como su protector y su patrono, y la Iglesia se gloría  de tenerte como defensor contra los malignos poderes del infierno. A ti te confió Dios el cuidado de conducir a las almas a la beatitud celeste. ¡Ah! Ruega pues al Dios de la paz que ponga bajo nuestros pies a Satanás vencido y de tal manera abatido que no pueda nunca más mantener a los hombres en la esclavitud, ni causar perjuicio a la Iglesia.
Presenta nuestras oraciones ante la mirada del Todopoderoso, para que las misericordias del Señor nos alcancen cuanto antes. Somete al dragón, la antigua serpiente que es diablo y Satán, encadénalo y precipítalo en el abismo, para que no pueda seducir a los pueblos. Amén
- He aquí la Cruz del Señor, huyan potencias enemigas.
Venció el León de Judá, el retoño de David
-Que tus misericordias, Oh Señor se realicen sobre nosotros.
Como hemos esperado de ti.
-Señor, escucha mi oración
Y que mis gritos se eleven hasta ti.
Oh Dios Padre Nuestro Señor Jesucristo, invocamos tu Santo Nombre, e imploramos insistentemente tu clemencia para que por la intercesión de María inmaculada siempre Virgen, nuestra Madre, y del glorioso san Miguel arcángel, te dignes auxiliarnos contra Satán y todos los otros espíritus inmundos que recorren la tierra para dañar al género humano y perder las almas. Amén

miércoles, 16 de septiembre de 2015

El Beso de la Paz (San Cirilo de Jerusalén) - "¡Ay, si tu fueras mi hermano, te podría besar...!" (Ct 8)

San Cirilo de Jerusalén - Obispo y Doctor de la Iglesia (315-386)
Catequesis XXIII - Mistagógica V (3-5)

El Beso de la paz

3. Después, el diácono exclama: «Hablaos, y besémonos mutuamente». Y no pienses que este ósculo es de la misma clase que los que se dan los amigos mutuos en la plaza pública. Este beso no es de esa clase. Pues reconcilia y une unas almas con otras, y les garantiza el total olvido de las injurias. Es signo, por consiguiente, de que las almas se funden unas con otras y de que deponen cualquier recuerdo de las ofensas. Por eso decía Cristo: «Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda» (Mt 5, 23-24). Por tanto, el ósculo es reconciliación y, por ello, es santo, como dice en alguna parte el bienaventurado Pablo: «Saludaos los unos a los otros con el beso santo» (1 Cor 16, 20); y Pedro: «Saludaos unos a otros con el beso de amor» (1 Pe 5, 14).

Invocaciones iniciales al comienzo de la anáfora

4. Después exclama el sacerdote: «Arriba los corazones». Pues verdaderamente, en este momento trascendental, conviene elevar los corazones hacia Dios y no dirigirlos hacia la tierra y los negocios terrenos. Es, por tanto, lo mismo que si el sacerdote mandara que todos dejasen en ese momento a un lado las preocupaciones de esta vida y los cuidados de este mundo, y que elevasen el corazón al cielo hacia el Dios misericordioso. Luego respondéis: «Lo tenemos (levantado) hacia el Señor», con lo que asentís a la indicación por la confesión que pronunciáis. Que ninguno que esté allí, cuando dice: «Lo tenemos hacia el Señor», tenga en su interior su mente llena de las preocupaciones de esta vida. Pues debemos hacer memoria de Dios en todo tiempo. Pero si, por la debilidad humana, se hiciere imposible, al menos en aquel momento hay que esforzarse lo más que se pueda.

Es justo, por nuestra parte, dar gracias al Señor
5. Después de esto dice el sacerdote: «Demos gracias al Señor». Pues debemos estar verdaderamente agradecidos de que cuando éramos indignos, nos llamó a tan inmensa gracia, y de que, cuando éramos enemigos, nos reconcilió (cf. Rom 5, 10) y nos concedió el Espíritu de adopción (Rm 8, 15). Vuestra respuesta es: «Es digno y justo». Pues, cuando damos gracias, hacemos algo digno y justo, aunque él, sin seguir estrictamente lo justo, sino yendo más allá de ello, nos hizo bien y nos hizo dignos de tan grandes bienes.

El comienzo de la anáfora y el «SANTO»...*






*En la liturgia de la Eucaristía aquí descrita, el abrazo de paz se tiene antes de entrar en la proclamación de la anáfora. La oportuna mención expresa de Mt 5,23-24 confirma el sentido de esta colocación del abrazo de paz: el mutuo beso de paz expresa la reconciliación entre los presentes en la celebración de la Eucaristía antes de la común acción de gracias que es la plegaria eucarística.

martes, 15 de septiembre de 2015

San Agustín: "Con vosotros Cristiano, para vosotros obispo"

Sermón 340,1 de San Agustín, obispo:


Desde que se me impuso sobre mis hombros esta carga, de tanta responsabilidad, me preocupa la cuestión del honor que ella implica. Lo más temible en este cargo es el peligro de complacernos más en su aspecto honorífico que en la utilidad que reporta a vuestra salvación. Mas, si por un lado me aterroriza lo que soy para vosotros, por otro me consuela lo que soy con vosotros. Soy obispo para vosotros, soy cristiano con vosotros. La condición de obispo connota una obligación, la de cristiano un don; la primera comporta un peligro, la segunda una salvación.

Nuestra actividad de obispo es como un mar agitado y tempestuoso, pero, al recordar de quién es la sangre con que hemos sido redimidos, este pensamiento nos hace entrar en puerto seguro y tranquilo; si el cumplimiento de los deberes propios de nuestro ministerio significa un trabajo y un esfuerzo, el don de ser cristianos, que compartimos con vosotros, representa nuestro descanso

Por lo tanto, si hallo más gusto en el hecho de haber sido comprado con vosotros que en el de haber sido puesto como jefe espiritual para vosotros, entonces seré más plenamente vuestro servidor, tal como manda el Señor, para no ser ingrato al precio que se ha pagado para que pudiera ser siervo como vosotros. Debo amar al Redentor, pues sé que dijo a Pedro: Pedro, ¿me amas? Pastorea mis ovejas. Y esto por tres veces consecutivas. Se le preguntaba sobre el amor, y se le imponía una labor; porque cuanto mayor es el amor, tanto menor es la labor.

¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Si dijera que le pago con el hecho de pastorear sus ovejas, olvidaría que esto lo hago no yo, sino la gracia de Dios conmigo. ¿Cómo voy a pagarle, si todo lo que hay en mí proviene de él como de su causa primera? 

Y, sin embargo, a pesar de que amamos y pastoreamos sus ovejas por don gratuito suyo, esperamos una recompensa. ¿Qué explicación tiene esto? ¿Cómo concuerdan estas dos cosas: «Amo gratuitamente para pastorear», y: «Pido una recompensa para pastorear»? Esto no tendría sentido, en modo alguno podríamos esperar una retribución de aquel a quien amamos por su don gratuito, si no fuera porque la retribución se identifica con aquel mismo que es amado. Porque, si pastoreando sus ovejas le pagáramos el beneficio de la redención, ¿cómo le pagaríamos el habernos hecho pastores? En efecto, los malos pastores –quiera Dios que nunca lo seamos– lo son por la maldad inherente a nuestra condición humana; en cambio, los buenos –quiera Dios que siempre lo seamos– son tales por la gracia de Dios, sin la cual no lo serían.

Por lo tanto, hermanos míos, os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios. Haced que nuestro ministerio sea provechoso. Vosotros sois campo de Dios. Recibid al que, con su actuación exterior, planta y riega, y que da, al mismo tiempo, desde dentro, el crecimiento. Ayudadnos con vuestras oraciones y vuestra obediencia, de manera que hallemos más satisfacción en seros de provecho que en presidiros.

viernes, 11 de septiembre de 2015

Verbum Domini - "El cristianismo es la religión de la Palabra de Dios... del Verbo encarnado y vivo"

Fragmentos de la Exhortación Apostólica "Verbum Domini" (3 - 8) - Benedicto XVI




La Iglesia se funda sobre la Palabra de Dios, nace y vive de ella. A lo largo de toda su historia, el Pueblo de Dios ha encontrado siempre en ella su fuerza, y la comunidad eclesial crece también hoy en la escucha, en la celebración y en el estudio de la Palabra de Dios. 


...

El Prólogo del Evangelio de Juan (Jn 1,1-18): en el que se nos anuncia el fundamento de nuestra vida: el Verbo, que desde el principio está junto a Dios, se hizo carne y habitó entre nosotros (cf. Jn 1,14). Se trata de un texto admirable, que nos ofrece una síntesis de toda la fe cristiana.

Juan... sacó de su experiencia personal de encuentro y seguimiento de Cristo, una certeza interior: Jesús es la Sabiduría de Dios encarnada, su Palabra eterna que se ha hecho hombre mortal.

Que aquel que «vio y creyó» (Jn 20,8) nos ayude también a nosotros a reclinar nuestra cabeza sobre el pecho de Cristo (cf. Jn 13,25), del que brotaron sangre y agua (cf. Jn 19,34), símbolo de los sacramentos de la Iglesia. Siguiendo el ejemplo del apóstol Juan y de otros autores inspirados, dejémonos guiar por el Espíritu Santo para amar cada vez más la Palabra de Dios.

La novedad de la revelación bíblica consiste en que Dios se da a conocer en el diálogo que desea tener con nosotros.  «Dios invisible, movido de amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía» (Dei Verbum). 

... Juan nos sitúa ante el hecho de que el Logos existe realmente desde siempre y que, desde siempre, él mismo es Dios. ... El Verbo ya existía antes de la creación. Por tanto, en el corazón de la vida divina está la comunión, el don absoluto. «Dios es amor» (1 Jn 4,16), 

...Dios se nos da a conocer como misterio de amor infinito en el que el Padre expresa desde la eternidad su Palabra en el Espíritu Santo. Por eso, el Verbo, que desde el principio está junto a Dios y es Dios, nos revela al mismo Dios en el diálogo de amor de las Personas divinas y nos invita a participar en él. Así pues, creados a imagen y semejanza de Dios amor, sólo podemos comprendernos a nosotros mismos en la acogida del Verbo y en la docilidad a la obra del Espíritu Santo. El enigma de la condición humana se esclarece definitivamente a la luz de la revelación realizada por el Verbo divino.


...El Logos indica originariamente el Verbo eterno, es decir, el Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos y consustancial a él: la Palabra estaba junto a Dios, la Palabra era Dios. Pero esta misma Palabra, afirma san Juan, se «hizo carne» (Jn1,14); por tanto, Jesucristo, nacido de María Virgen, es realmente el Verbo de Dios que se hizo consustancial a nosotros. Así pues, la expresión «Palabra de Dios» se refiere aquí a la persona de Jesucristo, Hijo eterno del Padre, hecho hombre. ...En el centro de la revelación divina está el evento de Cristo, 


...Dios ha comunicado su Palabra en la historia de la salvación, ha dejado oír su voz; con la potencia de su Espíritu, «habló por los profetas». La Palabra divina, por tanto, se expresa a lo largo de toda la historia de la salvación, y llega a su plenitud en el misterio de la encarnación, muerte y resurrección del Hijo de Dios. Además, la palabra predicada por los apóstoles, obedeciendo al mandato de Jesús resucitado: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16,15), es Palabra de Dios. Por tanto, la Palabra de Dios se transmite en la Tradición viva de la Iglesia.

La Sagrada Escritura, el Antiguo y el Nuevo Testamento, es la Palabra de Dios atestiguada y divinamente inspirada. Todo esto nos ayuda a entender por qué en la Iglesia se venera tanto la Sagrada Escritura, aunque la fe cristiana no es una «religión del Libro»: el cristianismo es la «religión de la Palabra de Dios», no de «una palabra escrita y muda, sino del Verbo encarnado y vivo». Por consiguiente, la Escritura ha de ser proclamada, escuchada, leída, acogida y vivida como Palabra de Dios, en el seno de la Tradición apostólica, de la que no se puede separar.



...En la escucha de esta Palabra, la revelación bíblica nos lleva a reconocer que ella es el fundamento de toda la realidad....«por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho» (Jn 1,3); ... «todo fue creado por él y para él» (1,16). ... «por la fe sabemos que la Palabra de Dios configuró el universo, de manera que lo que está a la vista no proviene de nada visible» (Hb 11,3).



Este anuncio es para nosotros una palabra liberadora.... todo lo que existe no es fruto del azar irracional, sino que ha sido querido por Dios, está en sus planes, en cuyo centro está la invitación a participar en la vida divina en Cristo. La creación nace del Logos y lleva la marca imborrable de la Razón creadora que ordena y guía.

jueves, 10 de septiembre de 2015

San Juan XXIII: Besar el anillo matrimonial

San Juan XXIII - Del Decreto Ad Amorem, de la Sagrada Penitenciaría, 23 noviembre 1959


[1.–] Para favorecer el amor y la fidelidad conyugal, sobre todo en este tiempo, en que los derechos naturales y divinos del matrimonio son tan frecuentemente atacados, S.S. Nuestro Señor Juan, por la divina Providencia, Papa XXIII [...], tiene a bien conceder benignamente que:

los cónyuges que al besar el anillo matrimonial –individual o simultáneamente– recitaran la siguiente invocación: 


“Únenos, Señor,
para que, amándote a Ti,
nos amemos nosotros
y vivamos según tu santa ley”

o cualquier otra similar, puedan conseguir Indulgencia parcial de 300 días conforme a las condiciones previstas. [AAS 51 (1959), 921]

miércoles, 9 de septiembre de 2015

San Cirilo de Jerusalén - La comunión del Cuerpo y la Sangre del Señor

San Cirilo de Jerusalén - Obispo y Doctor de la Iglesia (315-386)
Catequesis XXIII - Mistagógica V (20-23)

La comunión del cuerpo y la sangre del Señor

Oíste después la voz del salmista que os invitaba, por medio de cierta divina melodía, a la comunión de los santos misterios y decía: «Gustad y ved qué bueno es el Señor» (Sal 34,9). Pero no juzguéis ni apreciéis esto como una comida humana: quiero decir, no así, sino desde la fe y libres de toda duda. Pues a los que los saborean no se les manda degustar pan y vino, sino lo que éstos representan en imagen, pero de modo real: el cuerpo y la sangre del Señor.

La comunión del cuerpo de Cristo

No te acerques, pues, con las palmas de las manos extendidas ni con los dedos separados, sino que, poniendo la mano izquierda bajo la derecha a modo de trono que ha de recibir al Rey, recibe en la concavidad de la mano el cuerpo de Cristo diciendo: «Amén». 

Súmelo a continuación con ojos de santidad cuidando de que nada se te pierda de él. Pues todo lo que se te caiga considéralo como quitado a tus propios miembros. Pues, dime, si alguien te hubiese dado limaduras de oro, ¿no las cogerías con sumo cuidado y diligencia, con cuidado de que nada se te perdiese y resultases perjudicado? ¿No procurarás con mucho más cuidado y vigilancia que no se te caiga ni siquiera una miga, que es mucho más valiosa que el oro y que las piedras preciosas?

La comunión de la sangre de Cristo


Y después de la comunión del cuerpo de Cristo, acércate también al cáliz de la sangre: sin extender las manos, sino inclinándote hacia adelante, expresando así adoración y veneración, mientras dices «Amén», serás santificado al tomar también de la sangre de Cristo. Y cuando todavía tienes húmedos los labios, tocándolos con las manos, santifica tus ojos y tu frente y los demás sentidos. Por último, en oración expectante, da gracias a Dios, que te ha concedido hacerte partícipe de tan grandes misterios.

Guardad íntegras estas tradiciones, y guardaos a vosotros mismos sin mancha. No os apartéis de la comunión ni mancilléis con vuestros pecados estos sagrados y espirituales misterios. «Que él, el Dios de la paz, os santifique plenamente, y que todo vuestro ser, el espíritu, el alma y el cuerpo, se conserve sin mancha hasta la Venida de nuestro Señor Jesucristo» (1 Tes 5,23), a quien sea la gloria, el honor y el imperio con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.


lunes, 7 de septiembre de 2015

San Agustín: "Tarde te amé"

Del libro de las Confesiones de san Agustín, obispo (Libro 7, 10. 18, 27)

"Habiéndome convencido de que debía volver a mí mismo, penetré en mi interior, siendo tú mi guía, y ello me fue posible porque tú, Señor, me socorriste.


Entré, y vi con los ojos de mi alma, de un modo u otro, por encima de la capacidad de estos mismos ojos, por encima de mi mente, una luz inconmutable; no esta luz ordinaria y visible a cualquier hombre, por intensa y clara que fuese y que lo llenara todo con su magnitud. Se trataba de una luz completamente distinta. Ni estaba por encima de mi mente, como el aceite sobre el agua o como el cielo sobre la tierra, sino que estaba en lo más alto, ya que ella fue quien me hizo, y yo estaba en lo más bajo, porque fui hecho por ella. La conoce el que conoce la verdad.


¡Oh eterna verdad, verdadera caridad y cara eternidad! Tú eres mi Dios, por ti suspiro día y noche. Y, cuando te conocí por vez primera, fuiste tú quien me elevó hacia ti, para hacerme ver que había algo que ver y que yo no era aún capaz de verlo. Y fortaleciste la debilidad de mi mirada irradiando con fuerza sobre mí, y me estremecí de amor y de temor; y me di cuenta de la gran distancia que me separaba de ti, por la gran desemejanza que hay entre tú y yo, como si oyera tu voz que me decía desde arriba: «Soy alimento de adultos: crece, y podrás comerme. Y no me transformarás en substancia tuya, como sucede con la comida corporal, sino que tú te transformarás en mí».

Y yo buscaba el camino para adquirir un vigor que me hiciera capaz de gozar de ti, y no lo encontraba, hasta que me abracé al mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, el que está por encima de todo, Dios bendito por los siglos, que me llamaba y me decía: Yo soy el camino de la verdad, y la vida, y el que mezcla aquel alimento, que yo no podía asimilar, con la carne, ya que la Palabra se hizo carne, para que, en atención a nuestro estado de infancia, se convirtiera en leche tu sabiduría por la que creaste todas las cosas.

¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé!

Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste.

Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo.
Reteníanme lejos de tí aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían.

Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera;
brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera;
exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo;
gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti;
me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti."

jueves, 3 de septiembre de 2015

San Gregorio Magno: "Por su amor, cuando hablo de él, ni a mí mismo me perdono"

De las homilías de San Gregorio Magno, Papa, sobre el libro del profeta Ezequiel


"Hijo de Adán, te he puesto de atalaya en la casa de Israel" (Ez 3, 17). 

Fijémonos cómo el Señor compara sus predicadores a un atalaya. 

El atalaya está siempre en un lugar alto para ver desde lejos todo lo que se acerca. Y todo aquel que es puesto como atalaya del pueblo de Dios debe, por su conducta, estar siempre en alto, a fin de preverlo todo y ayudar así a los que tiene bajo su custodia.

Estas palabras que os dirijo resultan muy duras para mí, ya que con ellas me ataco a mí mismo, puesto que ni mis palabras ni mi conducta están a la altura de mi misión.

Ezequiel, profeta y sacerdote
Ezequiel, profeta y sacerdote
Me confieso culpable, reconozco mi tibieza y mi negligencia. Quizá esta confesión de mi culpabilidad me alcance el perdón del Juez piadoso. Porque, cuando estaba en el monasterio, podía guardar mi lengua de conversaciones ociosas y estar dedicado casi continuamente a la oración. 

Pero desde que he cargado sobre mis hombros la responsabilidad pastoral, me es imposible guardar el recogimiento que yo querría, solicitado como estoy por tantos asuntos.

Me veo, en efecto, obligado a dirimir las causas, ora de las diversas Iglesias, ora de los monasterios, y a juzgar con frecuencia de la vida y actuación de los individuos en particular; otras veces tengo que ocuparme de asuntos de orden civil, otras, de lamentarme de los estragos causados por las tropas de los bárbaros y de temer por causa de los lobos que acechan al rebaño que me ha sido confiado. Otras veces debo preocuparme de que no falte la ayuda necesaria a los que viven sometidos a una disciplina regular, a veces tengo que soportar con paciencia a algunos que usan de la violencia, otras, en atención a la misma caridad que les debo, he de salirles al encuentro.

Estando mi espíritu disperso y desgarrado con tan diversas preocupaciones, ¿cómo voy a poder reconcentrarme para dedicarme por entero a la predicación y al ministerio de la palabra? Además, muchas veces, obligado por las circunstancias, tengo que tratar con las personas del mundo, lo que hace que alguna vez se relaje la disciplina impuesta a mi lengua. Porque, si mantengo en esta materia una disciplina rigurosa, sé que ello me aparta de los más débiles, y así nunca podré atraerlos adonde yo quiero. Y esto hace que, con frecuencia, escuche pacientemente sus palabras, aunque sean ociosas. Pero, como yo también soy débil, poco a poco me voy sintiendo atraído por aquellas palabras ociosas, y empiezo a hablar con gusto de aquello que había empezado a escuchar con paciencia, y resulta que me encuentro a gusto postrado allí mismo donde antes sentía repugnancia de caer.

¿Qué soy yo, por tanto, o qué clase de atalaya soy, que no estoy situado, por mis obras, en lo alto de la montaña, sino que estoy postrado aún en la llanura de mi debilidad? 

Pero el Creador y Redentor del género humano es bastante poderoso para darme a mí, indigno, la necesaria altura de vida y eficacia de palabra, ya que por su amor, cuando hablo de él, ni a mí mismo me perdono.

martes, 1 de septiembre de 2015

"No juzguéis, y no seréis juzgados" (Lc 6,37)

Dietrich Bonhoeffer - Vida en comunidad - No Juzgar:

Una regla esencial de la vida cristiana comunitaria es que nadie se permita pronunciar una palabra secreta sobre otro.

Está claro que aquí no nos referimos a la corrección fraterna personal. Lo que se proscribe es la palabra oculta que juzga al otro, incluso cuando se pretende ayudar, y la intención es buena; pues es precisamente bajo esta apariencia de legitimidad por donde mejor se infiltra en nosotros el espíritu de odio y de maldad.

Este no es el momento de enumerar los diferentes modos de aplicación y las limitaciones de esta regla. Se trata más bien de una decisión personal y concreta. 

Bíblicamente la cuestión está clara:

«Te sientas a hablar contra tu hermano, deshonras al hijo de tu madre ... Te acusaré, te lo echaré en cara» (Sal 50, 20-21).
 «Hermanos, no murmuréis los unos de los otros. El que murmura del hermano y juzga a su hermano, murmura de la ley y juzga a la ley; pero si tú juzgas a la ley, no eres cumplidor de la ley, sino juez. Uno solo es el dador de la ley, que puede salvar o perder; pero tú ¿quién eres para juzgar a otro?» (Sant 4, 11-12).
«Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino palabras buenas y oportunas que favorezcan a los oyentes» (Ef 4,29).

En una comunidad donde se observa desde el principio esta disciplina de la lengua, cada uno en particular podrá hacer un descubrimiento incomparable. No podrá dejar de observar continuamente a su prójimo, de juzgarlo, de condenarlo, de ponerle en su lugar y presionarle. Pero también podrá dejarle completamente libre en la situación en la que Dios le ha colocado respecto a él. Verá ensancharse su horizonte y descubrirá por primera vez, a propósito del prójimo, la riqueza y el esplendor del don de Dios creador.

Dios no creó a mi prójimo como yo lo hubiera creado. No me lo dio como un hermano a quien dominar, sino para que, a través de él, pueda encontrar al Señor que lo creó. En su libertad de criatura de Dios, el prójimo se convierte para mí en fuente de alegría, mientras que antes no era más que motivo de fatiga y pesadumbre.

Dios no quiere que yo forme al prójimo según la imagen que me parezca conveniente, es decir, según mi propia imagen, sino que él lo ha creado a su imagen, independientemente de mí, y nunca puedo saber de antemano cómo se me aparecerá la imagen de Dios en el prójimo; adoptará sin cesar formas completamente nuevas, determinadas únicamente por la libertad creadora de Dios. Esta imagen podrá parecerme insólita e incluso muy poco divina; sin embargo, Dios ha creado al prójimo a imagen de su Hijo, el Crucificado.