miércoles, 16 de septiembre de 2015

El Beso de la Paz (San Cirilo de Jerusalén) - "¡Ay, si tu fueras mi hermano, te podría besar...!" (Ct 8)

San Cirilo de Jerusalén - Obispo y Doctor de la Iglesia (315-386)
Catequesis XXIII - Mistagógica V (3-5)

El Beso de la paz

3. Después, el diácono exclama: «Hablaos, y besémonos mutuamente». Y no pienses que este ósculo es de la misma clase que los que se dan los amigos mutuos en la plaza pública. Este beso no es de esa clase. Pues reconcilia y une unas almas con otras, y les garantiza el total olvido de las injurias. Es signo, por consiguiente, de que las almas se funden unas con otras y de que deponen cualquier recuerdo de las ofensas. Por eso decía Cristo: «Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda» (Mt 5, 23-24). Por tanto, el ósculo es reconciliación y, por ello, es santo, como dice en alguna parte el bienaventurado Pablo: «Saludaos los unos a los otros con el beso santo» (1 Cor 16, 20); y Pedro: «Saludaos unos a otros con el beso de amor» (1 Pe 5, 14).

Invocaciones iniciales al comienzo de la anáfora

4. Después exclama el sacerdote: «Arriba los corazones». Pues verdaderamente, en este momento trascendental, conviene elevar los corazones hacia Dios y no dirigirlos hacia la tierra y los negocios terrenos. Es, por tanto, lo mismo que si el sacerdote mandara que todos dejasen en ese momento a un lado las preocupaciones de esta vida y los cuidados de este mundo, y que elevasen el corazón al cielo hacia el Dios misericordioso. Luego respondéis: «Lo tenemos (levantado) hacia el Señor», con lo que asentís a la indicación por la confesión que pronunciáis. Que ninguno que esté allí, cuando dice: «Lo tenemos hacia el Señor», tenga en su interior su mente llena de las preocupaciones de esta vida. Pues debemos hacer memoria de Dios en todo tiempo. Pero si, por la debilidad humana, se hiciere imposible, al menos en aquel momento hay que esforzarse lo más que se pueda.

Es justo, por nuestra parte, dar gracias al Señor
5. Después de esto dice el sacerdote: «Demos gracias al Señor». Pues debemos estar verdaderamente agradecidos de que cuando éramos indignos, nos llamó a tan inmensa gracia, y de que, cuando éramos enemigos, nos reconcilió (cf. Rom 5, 10) y nos concedió el Espíritu de adopción (Rm 8, 15). Vuestra respuesta es: «Es digno y justo». Pues, cuando damos gracias, hacemos algo digno y justo, aunque él, sin seguir estrictamente lo justo, sino yendo más allá de ello, nos hizo bien y nos hizo dignos de tan grandes bienes.

El comienzo de la anáfora y el «SANTO»...*






*En la liturgia de la Eucaristía aquí descrita, el abrazo de paz se tiene antes de entrar en la proclamación de la anáfora. La oportuna mención expresa de Mt 5,23-24 confirma el sentido de esta colocación del abrazo de paz: el mutuo beso de paz expresa la reconciliación entre los presentes en la celebración de la Eucaristía antes de la común acción de gracias que es la plegaria eucarística.

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