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Durante una enfermedad, Jerónimo tuvo una fiebre muy alta. En el delirio se ve frente al trono de Jesucristo. El juez le pregunta quién es, él responde que es un cristiano. Le dicen que miente, pues en realidad es ciceroniano, porque donde está su tesoro también está su corazón. La vivencia lo conmueve tan hondamente que se fortalece en él la necesidad de hacer penitencia y purificarse.
Se cuenta que una noche de Navidad, después de que los fieles se fueron de la gruta de Belén, el santo se quedó allí solo rezando y le pareció que el Niño Jesús le decía:
- "Jerónimo ¿qué me vas a regalar en mi cumpleaños?".
Él respondió:
- "Señor te regalo mi salud, mi fama, mi honor, para que dispongas de todo como mejor te parezca".
El Niño Jesús añadió:
- "¿Y ya no me regalas nada más?".
Oh mi amado Salvador, exclamó el anciano, por Ti repartí ya mis bienes entre los pobres. Por Ti he dedicado mi tiempo a estudiar las Sagradas Escrituras... ¿qué más te puedo regalar? Si quisieras, te daría mi cuerpo para que lo quemaras en una hoguera y así poder desgastarme todo por Ti".
El Divino Niño le dijo:
- "Jerónimo, regálame tus pecados para perdonártelos".
El santo al oír esto se echó a llorar de emoción y exclamaba:
- "¡Loco tienes que estar de amor, cuando me pides esto!".
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