miércoles, 22 de julio de 2015

Santa Teresa de Jesús y el "Cuarto de hora de Oración"

Fragmentos de "Cuarto de hora de Oración" (Diálogo primero) - Instrucción que Santa Teresa de Jesús da a una de sus Hijas sobre la oración

"Dadme cada día un cuarto de hora de oración, yo os daré el Cielo"

No te engañe nadie en mostrarte otro camino sino el de la oración. Este es el deber de todos los cristianos, y quien te dijere que éste es peligroso, tenle a él por el mismo peligro, y huye de él. Peligro sería no tener humildad y otras virtudes, mas camino de oración camino de peligro, nunca Dios tal quiera. El demonio ha inventado estos temores, porque sabe que alma que tenga con perseverancia oración la tiene perdida, por miles de pecados y caídas que tenga, en fin tengo por cierto que la saca el Señor a puerto de salvación.

Es muy necesario perseverar en la oración tanto como el salvarse. Yo te lo aseguro, hija mía, y Dios sabe que no miento; aunque seas gran pecadora, y estés llene de vicios y defectos, te corregirás de ellos y te salvarás si no dejas la oración. 

Una de dos: o dejarás la oración o el pecado. Lo sé por experiencia, pues mi alma era mejor así que se daba a la oración, y se volvía ruin tan luego como aflojaba en ella.

El cuarto de hora de oración es de todas las devociones más útil y necesaria: no excluye las demás, pero debe ser preferida a todas ellas, porque encierra en sí misma el medio de salvación más eficaz, más fácil, más indispensable y más universal. Pruébalo, y lo verás por consoladora experiencia, y comprenderás entonces con cuánta  verdad afirmaba: Dadme cada día un cuarto de hora de oración mental o meditación, y yo os daré el cielo.

Es cosa que te va la vida el tener oración; por eso en nada hallarás tanta repugnancia y dificultad: el mundo, demonio y tu propia sensualidad te moverán cruda guerra así que vean que te das a la oración. Todas las prácticas de piedad te dejarán sin inquietarte en su ejercicio, menos la oración. Es lo que más teme el demonio; porque alma que persevera en la oración está salvada, lo que no puede decirse de los otros ejercicios de piedad.

Porque cabe ser muy devoto, y muy malo: confesar, comulgar y rezar muchas oraciones, y vivir en pecado mortal; mas no hacer la oración mental diaria, y perseverar en el pecado, porque dejarás la oración o el pecado; pecado y oración no se compadecen. Por eso, hija mía, te repito que en ninguna cosa hallarás tantos estorbos como en el ejercicio de la oración. 

Has de hacer, pues, cuenta, hija mía, al comenzar oración, que comienzas a hacer un huerto en tierra muy infructuosa y que lleva muy malas hierbas, para que se deleite el Señor, y que Su Majestad ha de arrancar las malas hierbas y plantar las buenas; y con la ayuda de Dios has de procurar que crezcan estas plantas, y tener cuidado de regarlas para que no se pierdan, sino que vengan a echar flores que den de sí muy gran olor, para dar recreación a este gran Señor; y así se venga a deleitar a este huerto y a holgarse entre estas virtudes.

Hagamos cuenta que está ya hecho esto, cuando tu alma se ha determinado a tener oración, y la ha comenzado a usar. Mas advierte que si quieres perseverar y llegar a beber del agua de la Vida Eterna (y esto digo que importa mucho y es el todo), has de tener una grande y resuelta determinación de no parar hasta llegar a ella
venga lo que viniere,
suceda lo que sucediere,
trabájese lo que trabajare, murmure, siquiera llegue allá,
siquiera se muera en el camino,
siquiera no tenga devoción en los  trabajos que hay en él,
siquiera se hunda el mundo.
Porque son tantas las cosas que el demonio pone delante al principio para que no comience el alma a tener el cuarto de hora de oración, que es menester grande ánimo. Hace él esto, como quien sabe el daño que de aquí le viene, no sólo en perder aquella alma, sino muchas que por su medio se ganan.

Comienza la oración con esta determinación de no dejar ningún día la oración, porque si el descanso y todo lo que se ofreciere que torna atrás, muy más presto te dejará; porque si el demonio te ve con esta determinación de que antes perderás la vida y el descanso y todo lo que se ofreciere que tornar atrás, muy más presto te dejará; porque aquí no tiene tanta mano para tentar, porque ha gran miedo a ánimas determinadas, que tiene él gran experiencia que le hacen gran daño, y cuanto él ordena para dañarlas viene en provecho de ellas.

Mas si el demonio te conoce por mudable, y que no estás firme en el bien y con poca determinación de perseverar, no te dejará a sol ni a sombra; miedos te pondrá e inconvenientes que nunca acabes.

Hay también otra razón que hace mucho al caso, y es que pelearás con más ánimo si sabes que, venga lo que viniere, no has de volver atrás; es como uno que está en una batalla, que sabe que si se le vence no le perdonarán la vida, y ya que no muera en la batalla ha de morir después, pelea con más determinación, y quiere vender cara su vida, y no teme tanto los golpes, porque lleva delante lo que le importa la victoria, y que le va la vida en vencer.

Aunque esta determinación que he dicho, hija mía, importa el todo por el todo, no por eso digo que, si no la tuvieras, dejes de comenzar oración, porque el Señor te irá perfeccionando, y cuando no hicieses más que dar un paso por Dios, tiene en sí tanta virtud, que no hayas miedo lo pierdas y deje de ser muy bien pagado; porque es tan mirado nuestro buen Dios, que no deja ningún servicio sin paga. Así que, hija mía, aunque no prosiguieras (lo que Dios no permita) en este camino de oración, lo poco que hubieres andado por él te dará luz para que vayas bien por otros caminos, y por cosa ninguna te hará daño el haber comenzado, porque el bien nunca hace mal.

Así, pues, hija mía, empieza desde hoy el cuarto de hora de oración con ánimo resuelto de no dejarlo nunca por nada ni por nadie, como en cosa que te va la vida y Vida Eterna.

Vista ya tu determinación, hija mía, debo indicarte el fin que debes proponerte en la oración. El fin para que se ordena la oración, hija mía, por muy alta que sea, es para hacer obras en que se muestre el amor que tenemos a Dios; y así el que le hubiere de ejercitar conviene que no ponga su fundamento en sólo rezar o contemplar, porque si no se procura el ejercitar y alcanzar virtudes, no crecerá; siempre se quedará enano.

Y plegue a Dios que sea sólo no crecer; porque ya se sabe que en este camino, quien no crece decrece, porque el amor tengo por imposible esté siempre en un ser.

El aprovechamiento del alma no está en pensar mucho en Dios, si no amarle mucho; y este amor se adquiere determinándose a obrar y padecer por Dios. Por esto, hija mía, hallarás al final de la meditación que has de hacer cada día, un propósito especial de practicar alguna virtud, o desarraigar un vicio, pues éste es el fruto de la oración.

Entiende bien, hija mía, y no se te olvide, que toda la pretensión de quien comienza oración ha de ser trabajar y determinarse y disponerse con cuantas diligencias pueda para hacer y conformar su voluntad con la de Dios, y en esto consiste toda la mayor perfección que se puede alcanzar en el camino espiritual. Quien más perfectamente hiciere esto, más recibirá del Señor, y más adelante está en el camino de perfección.

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