martes, 11 de octubre de 2016

"Quita las tentaciones y nadie se salva" - San Antonio del desierto

Un día el santo Padre Antonio, mientras estaba sentado en el desierto, fue presa del desaliento y de densa tiniebla de pensamientos. Y decía a Dios : “Oh Señor!. Yo quiero salvarme, pero los pensamientos me lo impiden. ¿Qué puedo hacer en mi aflicción?” Entonces, asomándose un poco, Antonio ve a otro como él, que está sentado y trabaja, después interrumpe el trabajo, se pone en pie y ora, después se sienta de nuevo y se pone a trenzar cuerdas, y después se levanta de nuevo y ora. Era un ángel del Señor, enviado para corregir a Antonio y darle fuerza. Y oyó al Angel que decía: “Haz así y serás salvo”. Al oir aquellas palabras, cobró gran alegría y aliento: así hizo y se salvó.

Dijo Antonio: “Nadie, si no es tentado, puede entrar en el Reino de los Cielos; de hecho, quita las tentaciones, y nadie se salva”. (Apo. 5)

"Quita las tentaciones y nadie será santo, ya que el que huye de la tentación provechosa rehuye la vida eterna" (N 595)

"Cuando pedimos al Señor: 'No nos dejes caer en la tentación' (Mt 6,13), no pedimos que no seamos tentados, pues sería imposible, sino que no seamos engullidos por la tentación, y hagamos algo que desagrada a Dios. Eso quiere decir no caer en tentación" (Apo. 1159)

"Sin tentación no podríamos apreciar el cuidado de Dios por nosotros, no se podría conseguir la confianza en él, no se podría aprender la sabiduría de Dios, y el amor de Dios no estaría enraizado en el alma.  Antes de las tentaciones, el hombre pide a Dios como un extraño.  Pero cuando ha resistido a la tentación sin dejarse vencer por ella, entonces Dios le mira como uno que le ha hecho un préstamo y está dispuesto a percibir los intereses; como a un amigo, que, para complacerle, ha luchado contra el poder del enemigo" (Isaac de Nínive 329)

"El abad Poimén contaba del anciano padre Juan Colobos que le pidió a Dios que le quitase las pasiones.  Así fue, y él estaba muy contento.  Siguió adelante y se lo contó a un anciano: 'Veo que estoy tranquilo, que no tengo ya ninguna tentación'.  El anciano le dijo: 'Vete y pide a Dios que te dé algún enemigo.  Entonces se te volverá a dar también el antiguo arrepentimiento y la humildad que tenías antes, pues precisamente en la tentación es cuando progresa el alma'. Él lo hizo y, cuando vino el enemigo, no pidió ya a Dios que le librase de él, sino que decía: 'Dame aguante, Señor, en la lucha' (Apo, 328)

Si el árbol no es sacudido por el viento, no crece ni echa raíces. Lo mismo ocurre con el monje: si no es tentado y soporta las tentaciones, no se hace hombre.” (N 396)

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