Fragmentos de la Carta a Diogneto - Siglo II
Como veo, muy excelente Diogneto, que tienes gran interés en comprender la religión de los cristianos, y que tus preguntas respecto a los mismos son hechas de modo preciso y cuidadoso, sobre
el Dios en quien confían
y que no tienen en consideración el mundo
y desprecian la muerte,
y no hacen el menor caso de los que son tenidos por dioses por los griegos,
ni observan la superstición de los judíos,
y en cuanto a la naturaleza del afecto que se tienen los unos por los otros, y de este nuevo desarrollo o interés, que ha entrado en las vidas de los hombres ahora, y no antes: te doy el parabién por este celo, y pido a Dios, que nos proporciona tanto el hablar como el oír, que a mí me sea concedido el hablar de tal forma que tú puedas ser hecho mejor por el oír, y a ti que puedas escuchar de modo que el que habla no se vea decepcionado.
Así pues, despréndete de todas las opiniones preconcebidas que ocupan tu mente, y descarta el hábito que te extravía, y pasa a ser un nuevo hombre, por así decirlo, desde el principio, como uno que escucha una historia nueva, tal como tú has dicho de ti mismo. Mira no sólo con tus ojos, sino con tu intelecto también, de qué sustancia o de qué forma resultan ser estos a quienes llamáis dioses y a los que consideráis como tales. (...) ¿No son todos ellos sordos y ciegos, no son sin alma, sin sentido, sin movimiento? ¿No se corroen y pudren todos ellos? A estas cosas llamáis dioses, de ellas sois esclavos, y las adoráis; y acabáis siendo lo mismo que ellos. Y por ello aborrecéis a los cristianos, porque no consideran que éstos sean dioses.
(...)
ni en la localidad,
ni en el habla,
ni en las costumbres.
Porque no residen en alguna parte en ciudades suyas propias,
ni usan una lengua distinta,
ni practican alguna clase de vida extraordinaria.
Ni tampoco poseen ninguna invención descubierta por la inteligencia o estudio de hombres ingeniosos,
ni son maestros de algún dogma humano como son algunos.
Pero si bien residen en ciudades de griegos y bárbaros, según ha dispuesto la suene de cada uno, y siguen las costumbres nativas en cuanto a alimento, vestido y otros arreglos de la vida, pese a todo, la constitución de su propia ciudadanía, que ellos nos muestran, es maravillosa, y evidentemente desmiente lo que podría esperarse.
Residen en sus propios países, pero sólo como transeúntes;
comparten lo que les corresponde en todas las cosas como ciudadanos,
y soportan todas las opresiones como los forasteros.
Todo país extranjero les es patria, y toda patria les es extraña.
Se casan como todos los demás hombres y engendran hijos; pero no se desembarazan de su descendencia.
Celebran las comidas en común, pero cada uno tiene su esposa.
Se hallan en la carne, y, con todo, no viven según la carne.
Su existencia es en la tierra, pero su ciudadanía es en el cielo.
Obedecen las leyes establecidas, y sobrepasan las leyes en sus propias vidas.
Aman a todos los hombres, y son perseguidos por todos.
No se hace caso de ellos, y, pese a todo, se les condena. Se les da muerte, y aun así están revestidos de vida.
Piden limosna, y, con todo, hacen ricos a muchos.
Se les deshonra, y, pese a todo, son glorificados en su deshonor.
Se habla mal de ellos, y aún así son reivindicados.
Son escarnecidos, y ellos bendicen; son insultados, y ellos respetan.
Al hacer lo bueno son castigados como malhechores; siendo castigados se regocijan, como si con ello se les reavivara.
... y, pese a todo, los que los aborrecen no pueden dar la razón de su hostilidad.
Residen en sus propios países, pero sólo como transeúntes;
comparten lo que les corresponde en todas las cosas como ciudadanos,
y soportan todas las opresiones como los forasteros.
Todo país extranjero les es patria, y toda patria les es extraña.
Se casan como todos los demás hombres y engendran hijos; pero no se desembarazan de su descendencia.
Celebran las comidas en común, pero cada uno tiene su esposa.
Se hallan en la carne, y, con todo, no viven según la carne.
Su existencia es en la tierra, pero su ciudadanía es en el cielo.
Obedecen las leyes establecidas, y sobrepasan las leyes en sus propias vidas.
Aman a todos los hombres, y son perseguidos por todos.
No se hace caso de ellos, y, pese a todo, se les condena. Se les da muerte, y aun así están revestidos de vida.
Piden limosna, y, con todo, hacen ricos a muchos.
Se les deshonra, y, pese a todo, son glorificados en su deshonor.
Se habla mal de ellos, y aún así son reivindicados.
Son escarnecidos, y ellos bendicen; son insultados, y ellos respetan.

... y, pese a todo, los que los aborrecen no pueden dar la razón de su hostilidad.
VI. En una palabra, lo que el alma es en un cuerpo, esto son los cristianos en el mundo.
El alma se desparrama por todos los miembros del cuerpo, y los cristianos por las diferentes ciudades del mundo. El alma tiene su morada en el cuerpo, y, con todo, no es del cuerpo. Así que los cristianos tienen su morada en el mundo, y aun así no son del mundo.
El alma que es invisible es guardada en el cuerpo que es visible; así los cristianos son reconocidos como parte del mundo, y, pese a ello, su religión permanece invisible.
La carne aborrece al alma y está en guerra con ella, aunque no recibe ningún daño, porque le es prohibido permitirse placeres; así el mundo aborrece a los cristianos, aunque no recibe ningún daño de ellos, porque están en contra de sus placeres.
El alma ama la carne, que le aborrece y (ama también) a sus miembros; así los cristianos aman a los que les aborrecen.
El alma está aprisionada en el cuerpo, y, con todo, es la que mantiene unido al cuerpo; así los cristianos son guardados en el mundo como en una casa de prisión, y, pese a todo, ellos mismos preservan el mundo.
El alma, aunque en sí inmortal, reside en un tabernáculo mortal; así los cristianos residen en medio de cosas perecederas, en tanto que esperan lo imperecedero que está en los cielos.
El alma, cuando es tratada duramente en la cuestión de carnes y bebidas, es mejorada; y lo mismo los cristianos cuando son castigados aumentan en número cada día. Tan grande es el cargo al que Dios los ha nombrado, y que miles es legítimo declinar.
El alma se desparrama por todos los miembros del cuerpo, y los cristianos por las diferentes ciudades del mundo. El alma tiene su morada en el cuerpo, y, con todo, no es del cuerpo. Así que los cristianos tienen su morada en el mundo, y aun así no son del mundo.
El alma que es invisible es guardada en el cuerpo que es visible; así los cristianos son reconocidos como parte del mundo, y, pese a ello, su religión permanece invisible.
La carne aborrece al alma y está en guerra con ella, aunque no recibe ningún daño, porque le es prohibido permitirse placeres; así el mundo aborrece a los cristianos, aunque no recibe ningún daño de ellos, porque están en contra de sus placeres.
El alma ama la carne, que le aborrece y (ama también) a sus miembros; así los cristianos aman a los que les aborrecen.
El alma está aprisionada en el cuerpo, y, con todo, es la que mantiene unido al cuerpo; así los cristianos son guardados en el mundo como en una casa de prisión, y, pese a todo, ellos mismos preservan el mundo.
El alma, aunque en sí inmortal, reside en un tabernáculo mortal; así los cristianos residen en medio de cosas perecederas, en tanto que esperan lo imperecedero que está en los cielos.
El alma, cuando es tratada duramente en la cuestión de carnes y bebidas, es mejorada; y lo mismo los cristianos cuando son castigados aumentan en número cada día. Tan grande es el cargo al que Dios los ha nombrado, y que miles es legítimo declinar.
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