fragmentos de la catequeis de San Juan Pablo II, del miércoles 6 de septiembre del año 2000
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El encuentro con Cristo cambia radicalmente la vida de una persona,
la impulsa a la metánoia o conversión profunda de la mente y del corazón,
y establece una comunión de vida que se transforma en seguimiento.
En los evangelios el seguimiento se expresa con dos actitudes:
- la primera consiste en "acompañar" a Cristo (akoloutheîn);
- la segunda, en "caminar detrás" de él, que guía, siguiendo sus huellas y su dirección (érchesthai opíso). Así, nace la figura del discípulo.
Las condiciones para recorrer el mismo camino de Jesús son pocas pero fundamentales.
Es necesario dejar atrás el pasado,
cortar con él de modo determinante y realizar una metánoia en el sentido profundo del término:
El seguimiento se expresa de modo especial en el discípulo amado, que entra en intimidad con Cristo, de quien recibe como don a su Madre y a quien reconoce una vez resucitado.
La meta última del seguimiento es la gloria.
El camino consiste en la "imitación de Cristo", que vivió en el amor y murió por amor en la cruz.
El discípulo debe, de entrar en Cristo con todo su ser, "apropiarse" y asimilar toda la realidad de la Encarnación y de la Redención para encontrarse a sí mismo.
Cristo debe entrar en su yo para liberarlo del egoísmo y del orgullo,
como dice a este propósito san Ambrosio:
"Que Cristo entre en tu alma y Jesús habite en tus pensamientos,
para cerrar todos los espacios al pecado en la tienda sagrada de la virtud"
(Comentario al Salmo 118, 26).
La cruz, signo de amor y de entrega total, es el emblema del discípulo llamado a configurarse con Cristo glorioso.
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