viernes, 7 de agosto de 2015

"El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga"

fragmentos de la catequeis de San Juan Pablo II, del miércoles 6 de septiembre del año 2000


El encuentro con Cristo cambia radicalmente la vida de una persona,

la impulsa a la metánoia o conversión profunda de la mente y del corazón,
y establece una comunión de vida que se transforma en seguimiento.

En los evangelios el seguimiento se expresa con dos actitudes: 
- la primera consiste en "acompañar" a Cristo (akoloutheîn);
- la segunda, en "caminar detrás" de él, que guía, siguiendo sus huellas y su dirección (érchesthai opíso). Así, nace la figura del discípulo.

Las condiciones para recorrer el mismo camino de Jesús son pocas pero fundamentales

Es necesario dejar atrás el pasado,
cortar con él de modo determinante y realizar una metánoia en el sentido profundo del término:
un cambio de mentalidad y de vida.

El seguimiento se expresa de modo especial en el discípulo amado, que entra en intimidad  con Cristo, de quien recibe como don a su Madre y a quien reconoce una vez resucitado.

La meta última del seguimiento es la gloria. 

El camino consiste en la "imitación  de Cristo", que vivió en el amor y murió por amor en la cruz.

El discípulo debe, de entrar en Cristo con todo su ser,  "apropiarse" y asimilar toda la realidad de la Encarnación y de la Redención para encontrarse a sí mismo.

Cristo debe entrar en su yo para liberarlo del egoísmo y del orgullo
como dice a este propósito san Ambrosio: 
"Que Cristo entre en tu alma y Jesús habite en tus pensamientos,
para cerrar todos los espacios al pecado en la tienda sagrada de la virtud"
(Comentario al Salmo 118, 26).

La cruz, signo de amor y de entrega total, es el emblema del discípulo llamado a configurarse con Cristo glorioso

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